Dicebam Vobis
Con
un trozo de túnica se enjugó el sudor que corría por su rostro.
No
sabía si era por esta razón, o por la fuerte luz blanca que precedía al verano,
que apenas podía vislumbrar las siluetas que al final del campo arado esperaban
de pie. Una de ellas era sin duda Racilia, su esposa, a la que reconoció por la
silueta y parecía hablar familiarmente con uno de los dos que allí estaban. Los
movimientos de su mujer eran vivos y amplios, cosa que solía ocurrir cuando
estaba contenta, pero también cuando estaba nerviosa o tenía que justificar un
gasto de la casa que sabía excesivo. Si algo le había enseñado la vida política
en el Senado de Roma es que, en un nido de víboras, uno debe aprender a leer el
lenguaje gestual. Eso en
un círculo como el del hemiciclo del Senado, y donde todos se veían las
caras, era particularmente útil. Racilia era también muy buena interpretando
los signos evidentes, y también los silencios y veía los problemas antes de que
nacieran. Sonrió para sí mismo pensando que había usado la palabra "nacer",
cosa que hacía su hijo Casio Quinto cuando se burlaba de su madre, de la que
decía que “sus dotes de matrona le servían para ver los problemas antes de que
estos nacieran”. Ella
se enfadaba, pero un mohín divertido en sus labios evidenciaba que la broma le
gustaba y enorgullecía.
Lucio Quincio Cincinato |
Lucio Quincio Cincinato observó a lo lejos que Racilia le hacía señas con los brazos levantados para que se
acercara. Dejó las riendas del buey con disgusto en manos de su sirviente, pues
arar era una actividad que, a pesar de su vejez, le ayudaba a conectarse con la
tierra.
La tierra nunca traicionaba y te devolvía siempre aquel sudor con el
que habías regado la siembra. Riqueza en forma de dorado trigo, las aceitunas
de los verdes olivos o los dulces frutos de las higueras. Abrir la tierra era
ver su interior, como los terrones se separaban y, cuando había llovido, oler su perfume seco y lleno de vida. Por eso le disgustó esta interrupción ya
que apenas quedaban dos cabañones
para terminar lo que él llamaba una buena jornada.
Además,
las visitas que venían acompañadas de aparato militar no solían preceder nada
bueno. Le había pasado ya en dos ocasiones anteriores en las que Roma requirió de sus servicios, una como Consul y otra como dictador con plenos poderes, y finalmente siempre volvió a su casa en el campo. Nunca terminó de satisfacerle la confusión entre los intereses personales y los del pueblo que muchos del Senado, y otros tantos que pululaban alrededor de éste, tenían. ¿Dónde quedaba el servicio al pueblo, la satisfacción de saberse útil a la ciudadanía? Para él el orgullo era el trabajo bien hecho. Así se lo comunicó a las legiones que junto a él lucharon contra los Ecuos:
Había observado que, de los dos visitantes, uno vestía la armadura musculada habitual de los tribunos, mientras que a su acompañante le cubría una toga viril, pero la familiaridad con la que Racilia se dirigía a ellos, le hizo no temer nada. Es más, últimamente antiguos compañeros de armas se dejaban caer por su casa para cotillear esto y aquello, lo que ocurría en la curia, lo que se comentaba en la calle y, últimamente, las maquinaciones del siempre enervante Espurio Melio. Este Espurio Melio era de esas pocas personas que era capaz de sacarle a uno de sus casillas. Muchos en el Senado, y entre los Patricios en general, temían a los pueblos rivales de Roma: Equos, Volscos, Galos, etc. No obstante él siempre señalaba que el enemigo estaba dentro. Un enemigo que se movía por los mismos pasillos que los demás Senadores e incluso disfrutaba de los mismos privilegios... e incluso más. Como decía su amigo Lucio Metelo: “la ausencia de responsabilidad, el estar al margen de los problemas, permite usar frases que entumecen la visión y convierten las frustraciones, los anhelos y desengaños, en agitadores de la propia soberbia”.
"seremos juzgados por la historia de acuerdo con nuestras acciones, pues éstas son el punzón con el que quedarán escritas las palabras sobre la piedra"
Había observado que, de los dos visitantes, uno vestía la armadura musculada habitual de los tribunos, mientras que a su acompañante le cubría una toga viril, pero la familiaridad con la que Racilia se dirigía a ellos, le hizo no temer nada. Es más, últimamente antiguos compañeros de armas se dejaban caer por su casa para cotillear esto y aquello, lo que ocurría en la curia, lo que se comentaba en la calle y, últimamente, las maquinaciones del siempre enervante Espurio Melio. Este Espurio Melio era de esas pocas personas que era capaz de sacarle a uno de sus casillas. Muchos en el Senado, y entre los Patricios en general, temían a los pueblos rivales de Roma: Equos, Volscos, Galos, etc. No obstante él siempre señalaba que el enemigo estaba dentro. Un enemigo que se movía por los mismos pasillos que los demás Senadores e incluso disfrutaba de los mismos privilegios... e incluso más. Como decía su amigo Lucio Metelo: “la ausencia de responsabilidad, el estar al margen de los problemas, permite usar frases que entumecen la visión y convierten las frustraciones, los anhelos y desengaños, en agitadores de la propia soberbia”.
Toga Viril |
Y
así era, siempre se lo había dicho a sus compañeros de bancada en el Senado.
Espurio Melio es un ser que ajusta su lenguaje de forma brillante al auditorio
que tenga. Que modula su discurso en intensidad y profundidad con una oratoria
magnífica, pero falta del fondo y rigor que permite mantener aquello que
promete. Y todo esto lo puede hacer gracias a la ausencia de ninguna
responsabilidad de gobierno y más el hecho de no haberlo ejercido nunca, ni
haber tenido ninguna capacidad ejecutiva: “no ha gobernado ni un pequeño
manipulo” solían decir en el senado.
Por
eso cuando Marco Fabio, que así se llamaba el joven que llevaba la lorica
musculada, le comentó la razón por la que venían a entregarle la toga purpura,
no pudo evitar un comentario que
(sinceramente) odiaba hacer:
“dicebam vobis*”
Marco
Fabio se encogió de hombros y se dirigió a él de modo grave:
“Querido Senador: el pueblo de Roma te necesita. Espurio Melio ha estado repartiendo trigo entre la plebe y encendiendo sus ánimos prometiéndole el poder. No sabemos bien de qué modo, pues no concreta cómo pretende hacer frente a sus promesas, pero lo cierto es que yo mismo me acerqué a una demostración en la que prometía a la plebe hacerse con el poder de Roma y lograr asientos en el Senado. Jaleado por los que allí había, y encendido por la propia oratoria, llegó a decir que este poder se lograría por la política o por otros medios”
Cincinato
preguntó:
“¿Y a qué otros medios se refiere?”
Marco
Fabió miró hacia el suelo y poniendo sus brazos en jarras:
“No lo sabemos bien, pero tenemos sospechas que los mismos que le dieron el trigo a repartir entre la plebe, han sido los que han podido suministrarle armas. Los Etruscos creemos que pueden estar detrás de las actividades de Espurio Melio además…”
Cicinato
le interrumpió: “¿Y venís a que un pobre anciano como yo arregle lo que, muchos
Senadores y representantes del pueblo de Roma, muchos de ellos curtidos en cien
y mil batallas, no parecen poder enderezar?”
Marco
Fabio miró a su compañero con una mezcla de vergüenza y aflicción. Éste le
devolvió la mirada y se dirigió con firmeza a Cincinato:
“Querido Senador, y digo querido pues he crecido escuchando tu oratoria en el Senado y también las arengas que en el campo de Marte daba a las centurias antes de salir a la batalla”
A
Cincinato le sonaba este joven. Vagamente. Seguro que Racilia sabía quién era y
hasta su árbol genealógico hasta entroncar con los padres fundadores.
“Te digo que estamos precisamente aquí por eso. Por que eres un “pobre anciano”. Permíteme la bribonada de usar esta expresión, pues solo recojo lo que tú mismo me has dicho. Estamos porque cuando toda Roma sucumbe en una ola de palabras vacías y promesas sin aval, es cuando más falta hace una voz que, desde la experiencia, el rigor y el honor adquirido en tantos debates, en el campo de tantas batallas bélicas y dialécticas, haga recapacitar a una ciudadanía necesitada de referencias. Siempre dijiste que las puertas del Senado habían de abrirse al debate a la ciudadanía y que el debate debía de ser dentro de las instituciones, pues sino termina en batalla, y en el fragor de esta las palabras se pierden”
“Tienes
buena memoria joven Tribuno” dijo Cincinato.
“Tal vez sea el momento de que la Plebe tenga una mayor capacidad de decidir o más bien de participar en los dictámenes del Senado… pero con criterio y reconociendo las instituciones que la forman. Son estas instituciones, la propia estructura y organización las que dan sentido a todo. Hay que adaptarlas, modificarlas en un proceso que nunca termina, pues la sociedad evoluciona y crece del mismo modo que lo hacen las personas. Es evolución. Y la evolución es el hombre, el hombre crece y cambia, y por tanto también lo hacen las instituciones que le representan y que éste ha creado para hablar, debatir e incluso discutir posiciones muchas veces antagonistas. Pues estas son el reflejo de lo que él, el hombre que las ha hecho, es. La sociedad debe defenderse de aquellos que la quieren hacer saltar, desde fuera como son los Galos, Etruscos o Tebanos, y del peor peligro: de aquellos que desde dentro, y disfrutando de los mismos privilegios o más, deciden que las instituciones no les sirven y el sistema instituido y votado por el pueblo debe de ser derogado. Y todo esto lo hacen con un único afán: el Poder”
Cincinato se acercó a Marco Fabio y cogió la toga pretexta en una mano.
Toga Praetexta |
Cruzó la otra con
la de su mujer y antes de empezar a caminar miró fijamente a sus enviados. Con
gravedad levantó su dedo indice y repitió:
“Dicebam vobis*”
Lentamente
fueron hacia la residencia de la familia. A lo lejos, al final del camino de cipreses, y bajo la acogedora sombra de una gran olmo, esperaba una Centuria selecta
para escoltar al viejo político hasta el Senado.
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