¿Llueve en Torquay?


Hace unos días hablé con un antiguo compañero de la carrera y gran amigo. Comentábamos como nuestra antigua Universidad se había incorporado a un proyecto para el desarrollo de la industria audiovisual y los contenidos digitales. En concreto es algo similar a la Ciudad de la Imagen de Madrid y su nombre es UK Media City. Lo que me sorprendió fue la conversación con James, que así se llama mi amigo, y que textualmente discurrió del siguiente modo:
Yo: ¿Entonces es un proyecto del Ayuntamiento de Manchester?
James: Si, aunque en realidad fueron dos empresas privadas que con apoyo del Ayuntamiento de Manchester y el de Salford, lanzaron el proyecto y luego se incorporó capital público además de la BBC  e ITV (canal privado)
Yo: ¿Entonces en definitiva es capital público? (pregunté con retranca)
James: No. La iniciativa es privada y la primera inversión, aunque pequeña, es de ellos. Posteriormente el dinero público ha entrado en forma de capital riesgo apoyando proyectos concretos, y aportando inversión en las infraestructuras una vez que las necesidades de las empresas estaban establecidas. Posteriormente otras partidas de capital público irán a la inversión en contenidos.
Yo: ¿Es que te da miedo decir que hay capital público detrás de esto? (pregunté con todavía más retranca y un punto de mala leche)
James: Josh (así me llaman todos mis amigos Británicos) en el Reino Unido NUNCA se menciona si hay capital público… si lo hay. Incluso se oculta si lo hubiere porque, de saberlo, es el mejor modo de atemorizar a la inversión privada dado que cualquier cosa que cuente con financiación publica se considera que esta condenada al fracaso y no es competitiva. Esto se considera así y es parte del ADN político y empresarial, pues las iniciativas públicas deben arropar la iniciativa privada y no al revés dado que las instituciones públicas son de servicio y no de naturaleza competitiva como las empresas. 

Ese fue el momento en que se acabó la retranca e inflé los pulmones para argumentar… pero me quedé sin palabras. ¿Llueve en Torquay?... acerté a preguntar para cambiar de tema y ocultar la profundidad de la estocada.
Me acordé de proyectos como el aeropuerto de Ciudad Real, el de Castellón u orientados hacia el audiovisual como Ciudad de la Luz, faraónica iniciativa para la producción cinematográfica ubicada en Alicante, sumidero  de fondos públicos,  que además ha sido denunciada en instituciones Europeas por estudios privados Británicos como Pinewood, Sheperton, Twickenham o Ealing.
Alrededor de 1842, un escritor inglés de nombre Richard Ford, viajó por la península Ibérica y realizó interesantes anotaciones sobre España y sus habitantes. Describía como el viajero debe sobreponerse a la expresión “imposible”, que era utilizada regularmente por los nativos: esto no se puede hacer, esto otro es imposible, etc. El autor se sorprendía  del espíritu pesimista de los locales y también del hecho de que siempre esperaban que las soluciones “vinieran de arriba”. Apenas existía voluntad por parte de los Españoles de dar solución ni de tomar responsabilidades de los problemas si no había una autoridad superior.
La actual crisis es un ejemplo de cómo, después de tanto tiempo, nada ha cambiado apenas. Como entonces, encontramos un país paralizado a la espera de unas elecciones y de que el Rey (o valido) que surja de estas sea el que resuelva los problemas, incluidos los personales. Se habla de regular, de leyes, de un nuevo modelo productivo para toda una nación, conceptos que suenan absolutamente Maoistas y que, con arrogancia, se pretende que ocurran de la mañana a la noche. Esperamos que gobierno, ayuntamiento o comunidad autónoma resuelva en base a modelos socialistas e intervencionistas, pero (paradójicamente) rodeados de mercados liberales y altamente competitivos… y me temo que ambas cosas no son compatibles.
Conforme pasa el tiempo tiendo a ratificarme en una convicción y es que el estamento político, y muchos de los que forman parte de él, no pueden dar solución a estos problemas… ni saben como hacerlo. En la actualidad vivimos en un mundo cada vez más competitivo y global para el que, muchos de los que forman la clase política, no están capacitados. El termino “clase” esta correctamente usado pues se suceden a sí mismos, se reproducen y mueren de modo endogámico, lo que contribuye a agravar el problema. No supieron administrar este ciclo de vacas gordas, y dudo que la mayoría sepan hacerlo en época de escasez. Dada la velocidad con la que discurre la información es extremadamente difícil gobernar, razón por la que ya no pueden hacerlo a golpe de encuesta, razón por la que el marketing político pierde cada vez más protagonismo pues el mundo es mucho más complejo de lo que ellos podían imaginar y los ciudadanos demandan una mayor cercanía, circunstancia reforzada por Internet en general y las redes sociales en particular.
No obstante no podemos cargarnos el sistema, ni adelgazar el estado hasta dejarlo en los huesos porque es necesario para proteger al débil y aportar soluciones para toda la sociedad que se queda descolgada.
En este caso me viene a la mente una máxima del liberalismo francés pero ampliamente aplicada en el Reino Unido y que, como dijo mi amigo James, es parte de su “ADN político y empresarial”: “Laissez passer, laissez faire”, es decir, “dejar pasar dejar hacer”.
Creo que viene al caso con determinadas iniciativas que la clase política esta teniendo y que, intentando arreglar la situación, no hace más que agravar el problema o retrasar soluciones… que viene a ser lo mismo. En términos futbolísticos “dejar pasar, dejar hacer” significa que la función del estado debe de ser la de árbitro y no entrenador.
El estado, las instituciones nacionales y autonómicas, son los que deben de dar dos pasos atrás y ayudar a una reestructuración empresarial, pues no podemos continuar del mismo modo y debemos empezar a aprender a vender, a desarrollar productos. Tenemos que asumir que la evolución de la investigación e innovación es lenta pero que (una vez logrados resultados) es altamente rentable. Debemos dejarnos el cortoplacismo económico que tan malos resultados nos ha dado, creer en el trabajo y apostar por el talento, además de poner la investigación, comunicación o el desarrollo en la columna de inversión del balance, en vez de en la de gasto. Debemos de aprender a usar la tecnología y no hablar únicamente de ella como si fuera algo nuevo y de extranjeros, sino abrazarla, hacerla nuestra y usarla.

Por eso:

“Laissez passer, laissez faire”

Es el momento de la sociedad arbitrada, que no dirigida.

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