Artesanos
Leonardo Da Vinci se levantaba
todas las mañanas en el taller en el que vivió como aprendiz durante casi diez
años. Su maestro, Andrea Del Verrochio, era lo que hoy podríamos llamar un
profesional multidisciplinar pues sabía de pintura, química, metalurgia,
mecánica y carpintería entre otras cosas. Muy pronto por la mañana iniciaban
los trabajos salvo los jueves, día en que se reunía el taller para repasar los
trabajos pendientes y planificar la semana entrante: desde pintura, a
escultura, arquitectura e incluso complicadas construcciones mecánicas a las
que Leonardo era tan aficionado. De hecho a lo largo de su vida, una de las
cosas que le dio sustento fue la construcción de dispositivos mecánicos que se
utilizaban en fiestas y eventos para la aristocracia y las grandes familias
burguesas (traduzco), patrocinadores y/o mecenas.
Este fue un tiempo en que las
personas atendían las cosas que hacían. De hecho se dedicaban a lo que querían
y se tomaban su tiempo en cuidar e individualizar cada una de las cosas que
realizaban. Se llamaban artesanos.
Para los artesanos su trabajo
constituía motivo de orgullo y el centro de su vida, no solo profesional sino
familiar también. Su dedicación era plena, y cuidaban los detalles con orgullo,
pues lo que hablaba de ellos eran sus productos y su trabajo, al no existir más
marketing que la calidad. En definitiva el único medio de promoción existente
era el boca a boca.
Los artesanos transmitían sus
conocimientos en un ambiente familiar, pues los aprendices formaban parte integral
de esta, e incluso era habitual que terminaran casándose con una de las hijas del
dueño. De este modo se perpetuaba la transmisión del conocimiento de generación
en generación, pero también la calidad que iba mejorando y formaba parte del orgullo
y tradición de la familia. Esto fue también lo que dio origen a la masonería,
sociedades que crearon los canteros con el fin de conservar las técnicas y
mantenerlas en secreto evitando la competencia de otros grupos profesionales o
el intrusismo.
Una de las consecuencias de la
época de bonanza por la que nuestro país ha pasado es que hemos perdido este
sentido artesanal de las cosas, pues nos hemos acostumbrado a “beneficios ya”.
Retornos de inversión mayores de 300 días no interesan e inversiones basadas en
intangibles con periodos de desarrollo largos menos aún. No solo me refiero a
la cultura como intangible sino a la misma investigación y el desarrollo.
Paradójicamente científicos e industrias creativas y culturales sufrimos el
mismo problema, si bien es cierto que los primeros son necesarios para la
evolución y el desarrollo, aunque los segundos también indispensables para
hacerlo desde el punto de vista intelectual.
La facilidad de los bancos por
darnos un dinero que no teníamos para adquirir cosas, y la aportación de IKEA
para amueblar nuestras propiedades en 24 horas, ha dado lugar a una inmediatez
que nos ha hecho olvidar el esfuerzo que requieren las cosas pero también del
amor que debemos poner al hacerlas. A su vez también hemos olvidado que lo
importante de nosotros es lo que hacemos, y que nuestro producto, sea el que
sea, es lo que habla.
Por ello tardaremos en salir de
esta recesión hasta que no nos demos cuenta que lo que nos permitirá despegar,
es nuestra capacidad de producir. Pero además olvidarnos de aquello que hasta
ahora se ha llamado el valor añadido, para concentrarnos en la esencia, en el
producto. Este puede ser desde algo que fabricamos hasta un servicio que damos.
Cualquier cosa.
Concentrarnos en nuestro producto,
en su esencia y reinventarlo, intentando no reproducir modelos que otros tienen
y hacerlo además peor y con menos presupuesto. Debemos volver a la artesanía de
aquello que realmente hacemos bien y trabajar, trabajar mucho e intensamente,
hasta conseguir productos realmente imbatibles, únicos y especiales. Y esto
requiere investigar, probar e innovar. Debemos ir a la búsqueda desesperada e
insistente, de productos de los que nos sintamos orgullos y defendamos a pecho
descubierto, porque nadie puede dudar de su calidad. Luego habrá que mostrarlos
y hacer marketing pero sabiendo que la experiencia que daremos al usuario o
cliente es única. Debemos renegar de la cultura del pelotazo, que para el
mundial y la Eurocopa esta muy bien pero, como dijo Henry Ford (que algo sabía
de negocios) “A business
that makes nothing but money is a poor Business” y “concentrarnos en la
esencia”… bueno esto no lo dijo el tío Henry, lo digo yo pues me parece que
esta muy bien.
Sed
felices,
Comentarios
A lo que no puedo estar más de acuerdo: http://wap.elpais.com/index.php?module=elp_gen&page=elp_gen_noticia&idNoticia=20120604elpnepeco_9.Tes&seccion=eco
Bueno, un artista siempre lleva un artesano dentro y viceversa.
Perdón por el tocho, ¡ saludos !