Principios

Apenas habían pasado tres días desde que a Wilson le habían pagado la prestación por desempleo. Se la había fundido en fiestas y dos altavoces Blaupunkt de 50W, ya instalados en la bandeja trasera de su Ford Sierra. Con él gustaba de entrar chirriando rueda en las estrechas calles de Caldmore, dejando claro (con el potente retumbar de su música “raggamuffin”) que había llegado el Rey… aunque había quién pretendía disputarle el trono.

Su rival había nacido en la misma ciudad que él, Kingston (Jamaica), y tenía un pasado muy similar, con una madre medio alcoholizada y sin tener muy claro cual de las decenas de amantes que había tenido podía ser su progenitor. Tampoco es que ella pareciera preocuparle mucho.

Ambos eran los regentes de Caldmore, un área del norte de Birmingham (Inglaterra) donde el horizonte se confunde con el cielo, como a veces ocurre con el azul del mar, sin que  podamos distinguir donde empieza o terminan uno u otro. En Birmingham no era el azul, sino un gris mortecino de calles y ciudades, que fundía en el horizonte con las bajas nubes. 

Caldmore era sin embargo un barrio con una cierta alegría motivada por la cantidad de etnias diversas que había y, por ello, con gran cantidad de opciones de fe. Pakistaníes, Jamaicanos, Hindúes, Sikhs, Indonesios, Bangladeshis y otros grupos caribeños de Barbados y Antigua, sus cantos desde el viernes al domingo se confundía con el olor a curry en calles y plazas. En cada calle había mezquitas, templos de diversas creencias hindúes o gurdwaras con sus alegres banderas de color naranja que cantaban al viento la añorada tierra de los Sikhs: Khalistán.  Hasta incluso había una pobre iglesia católica frecuentada por Irlandeses y algún remanente local que quedó fuera de la iglesia de Inglaterra. Todos ellos rezaban para poder lograr la capacidad económica suficiente para dejar el gris tras de sí.

Wilson salió de casa con Desmond e iban los dos muy puestos. La última pipa les había dejado, al menos a él, la cabeza embotada pero (sobre todo) la ansiedad de saber que necesitaban obtener de algún modo el dinero con el que poder pagarse la siguiente dosis. No estaba fácil la cosa. Sábado de madrugada… ¿dónde podían pegar un palo a esa hora?

A parte del dinero de la prestación, le había ido muy bien con la venta de unas partidas de hachís pakistaní, es decir que en una semana había hecho mucho dinero… pero es que esto de los cristales, era una afición un tanto cara. Crack lo llamaban.

Giraron en una esquina y la ocasión se presentó en forma de chico, parecía de unos 20 o 22 años, la cabeza gacha y cubierta por un gorro de lana, cazadora vaquera y una sudadera gris con capucha. Andaba con paso decidido y Wilson acercó el coche para verle más de cerca pasando a su altura. Desmond también lo había estudiado con cuidado y se volvió a Wilson:

“Creo que me suena del barrio”

Wilson le miró y respondió:

“Llevamos algo para convencerle”

Desmond sacó de su cintura una pistola que brilló amenazadora cuando la puso sobre sus rodillas.

El muchacho observo como el coche se paraba un poco más adelante, constatando que no había medio de desviarse. El modo en el que el acompañante le escudriñó, le había prevenido que aquello no pintaba bien. Apretó el paso y bajo un poco más la cabeza queriendo desaparecer.

Al pasar a la altura del coche, se abrió la puerta del acompañante violentamente y el mismo negro que antes le había observado, se acercó a él sintiendo a continuación un metal frío en la sien que le obligo a poner la cabeza contra la persiana de la tienda, contra la cuál quedó apretada su cara. Miro de soslayo a su izquierda y observo lo que ya sospechaba. No hacía falta que nadie le describiera el origen de esa sensación fría de metal en su sien.

Nunca había pensado tan rápido. Las ideas se agolparon en su mente con una rapidez pasmosa y veía solo un túnel, cuyo trazado debía llevarle a una única solución en aquel momento: salir con vida.

Se encontró con que ya tenía delante el conductor del coche. Le miró a los ojos y le vino a la cabeza uno de esos pensamientos estúpidos que a veces se la pasan a uno en las situaciones más insospechadas: el olor a curry que salía entre los huecos de la persiana contra la que tenía la cabeza apretada.

El conductor le preguntó en un Inglés con fuerte acento Jamaicano si llevaba dinero. El muchacho metió la mano en el bolsillo superior de la cazadora y sacó una cartera de nylon dentro de la que apenas habían 30 libras. Esto pareció enfadar al pistolero que apretó el arma contra su sien, esfuerzo que reforzó con una maldición y un “que algo más tendrá”. El conductor le metió las manos en los bolsillos y apenas sacó unas monedas más. Empezó a buscar en la cartera por si encontraba alguna sorpresa y con sus dedos cogió un documento que le llamó la atención. Empezó a leerlo y le preguntó que qué era aquello. El muchacho respondió “mi documento nacional de identidad, soy Español” …le respondió con la esperanza de que su nacionalidad pudiera resultar exótica a aquellos.

El conductor le miró con una extraña sonrisa. El muchacho vio las pupilas del Jamaicano, dilatadas, los ojos enrojecidos, cargados, húmedos y cansados que mostraban que no era él quién hablaba. Eran esos ojos dispuestos a cualquier cosa con el fin de poder dar de comer a una necesidad persistente e inflexible, y que necesitaba ser satisfecha de forma inmediata. Le corrió un escalofrío pues sabía lo impredecible de esa carencia, la esclavitud y miseria de aquellos que la tienen… y sobre todo de los que no reconocen estar encadenados. 

"Are you Spanish?"

Le preguntó el conductor.

"Sí. Del sureste de España… cerca de Benidorm"

Aquél era un método probado y rápido de ubicar geográficamente su origen, como el muchacho había aprendido, pues no había nadie en el centro del Reino Unido que no hubiera intentado alguna vez acertar con la meada, en alguno de los cuartos de baño de la ciudad costera.

“Mi hermana trabaja en un hotel en España”

Respondió el conductor.

El muchacho vio que el túnel parecía tener luz y miró a los ojos a este. ¿Dónde? Le preguntó. En la “playa del inglés” en Canarias …respondió.

Wilson alargó el brazo e hizo que Desmond bajara la pistola que había puesto en horizontal, como tantas veces había visto hacer en las películas de bandas americanas. Se volvió molesto hacia Wilson y le espetó: Wadda fuck???

Wilson contestó desarrollando de modo inesperado una gran incontinencia verbal:

“Es español. Mi hermana esta trabajando allí desde hace unos meses. Además mira la pinta que tiene, es estudiante y extranjero ¿sabes?... esta pelado seguro. Los Españoles me caen bien ¿sabes? Les gusta el flamenco y música de esa con guitarras. Auténtica. Yo lo escuchaba en Kingston porque tenía una vecina dominicana. Es música con sentimiento, el blues español ¿sabes?”

Se volvió al muchacho Español y le metió la cartera en su chaqueta vaquera, y el dinero en el otro bolsillo. Le pidió perdón por el susto, le ajustó la chaqueta y le puso una mano en el hombro con una mirada de disculpa a Desmond.

“Perdona amigo. Es que queríamos ir de fiesta ¿sabes? y nos hacían falta un extra. Entiendo el susto pero no te preocupes. Te acercamos a casa si quieres… o mejor vente y nos tomamos unas pintas en Royal Oak… oye que no te pienses, tenemos principios ¿sabes?”

RoyalOak era el tugurio local donde camellos, prostitutas y ralea de la zona se juntaban, terreno vedado para cualquiera débil de carácter y donde Bob Marley era venerado tal y como quiso: como un mesías de la resistencia mediante la indolencia.

El muchacho llegó poco después a su casa, se hizo un té y en silencio encendió la televisión, se sentó delante y se fué reduciendo de tamaño poco a poco, hasta perderse entre los pliegues y arrugas del sofá...

NOTA: Historia verídica en la que se han cambiado los nombres por aquello del anonimato.

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