Virtus

Creo que se llamaba Michael. No recuerdo bien su nombre pero sí la intensidad de su mirada, de unos ojos azules que aseguraban la sinceridad de aquello que me estaban contando.
Michael llevaba en el pecho todo lo que el Reino Unido había sido capaz de inventar en cuestión de condecoraciones, aunque el que había sentado a su derecha (y por cuya causa estaba yo allí) portaba más todavía pues incluía condecoraciones Americanas e incluso una rusa. Por eso sus compañeros le llamaban “Tin Chest” que es algo como “pecho de chapa”.
Eran todos veteranos de la segunda guerra mundial que habían acudido a celebrar en Londres el día del recuerdo, o “remembrance day”, y que (como su nombre indica) es la evocación a los caídos por la patria o “King and country”, como entonces se decía.
Aquellos con los que me sentaba me habían invitado a varias pintas de cerveza y mis esfuerzos por retirarme a mi habitación habían sido en vano: cada vez que estaba a punto de terminar mi cerveza, apenas hacían falta unos segundos para que se volviera a llenar… eso sí, siempre lo llenaban de “good old British ale of course and not that German crap”. 
Habíamos pasado la fase de cantos regionales y exaltación de la amistad, cuando entramos en aquella en la que uno se sincera, momento que “Tin Chest” aprovechó para ir al lavabo. Michael me hablaba del desembarco de Normandía donde su unidad, Staffordshire Yeomanry, participó y también de cómo algunos de ellos (como era el caso de Tin Chest) habían formado parte del legendario “Long Range Desert Group”. Algunas cosas sonaban a batallitas del abuelo cebolleta con anécdotas que parecían sobredimensionadas con el fin de alimentar aquella batalla de testosterona. Hablábamos de Tin Chest y entonces le hice un comentario a mi amigo Michael con cierta sorna: “pero para conseguir todos esos tapones de botella, tuvo que ser el empollón de la clase”. Michael recorrió la sala con la mirada como si no me hubiera escuchado y me contestó:
“Entonces hicimos muchas cosas hijo. Muchas de las cuales no fueron precisamente para estar orgulloso. Pero conforme avanzábamos teníamos la convicción de estar en lo cierto. Seguíamos, e íbamos encontrando más razones para continuar, a pesar de que cuando entrábamos en ciertos pueblos de Francia u Holanda no éramos precisamente bien recibidos. Los días sin dormir, los piojos, las noches de largas barreras de artillería, todo era soportable gracias a la moral que se mantenía gracias a que encontrábamos una justificación a lo que hacíamos, pero también a que habían personas que dormían menos que nosotros, que llegaban antes al siguiente puesto, que buscaban soluciones cuando los demás caían presos de la desesperanza y que a 15ºC bajo cero y bajo una monumental barrera de fuego artillero se ponía a gritar un chiste pues con el retumbar no le oíamos. Ese es Tin Chest y es nuestro oficial. Más allá de ser nuestro jefe, era nuestro responsable y confesor pero sobre todo alguien que sabías -estaba ahí- es alguien con virtus”
Esa era la segunda vez que había oído el termino, pues ya me resultaba familiar cuando un sacerdote anglicano amigo mío, me lo mencionó también cuando comentábamos la decadencia de la burguesía en Europa. 
Hace poco en un fantástico libro sobre la estrategia de Roma me crucé otra vez con el término que define como “un tipo de conducta característico de la clase aristocrática Romana y que incluía el valor, coraje, y virilidad, pero también la humildad y la clemencia”. Indicaba también que virtus es “una de búsqueda de la gloria pero en beneficio de la res publica, lo que resulta en la conquista de la eterna "memoria". 
Tin Chest volvió y se sentó con nosotros. Michael se incorporó en la silla y se dirigió a él:
- I have seen that Thomas finally made it. He said he had no money to come cause he´s retirement got delayed.

- I know that, contestó Tin Chest, …had to squezze my account and borrow some cash.
Michael le miró de hito en hito:
- Did you pay for it?
Tin Chest le miró y le dijo:
- I leave non of my lads behind… ever
No hacía falta decir más, y el silencio fue la respuesta a su frase. Mi silencio era el de cuando nos sentimos pequeños ante algo tan grande que ocurre delante nuestro, ante una galerna o una gran tormenta de fuerte aparato eléctrico. Me sentí un extraño y un privilegiado que, desde una esquina recóndita, asistía a un momento especial como un niño presente en conversaciones de mayores. 
El silencio de Michael era el de una experiencia compartida más allá de lo que las personas pueden soportar, un espacio musical sin notas en el que su conexión podía soportar cualquier presión, pues había sido forjada con el martillo de la artillería alemana y el sufrimiento más profundo.
Me regalaron al final de la jornada un emblema de boina de uno de aquellos abuelos condecorados, que con orgullo llevo en mi chaqueta en ocasiones especiales. Es mi humilde homenaje a Virtus. A unas generaciones que nos dejan pero saben del valor de la palabra dada, del deber hacia los que te rodean, de la responsabilidad por encima del beneficio personal. De unos valores que hicieron retroceder a una maquinaria de la muerte y la destrucción, y cuyo objetivo era la desaparición de la libertad del individuo en pos de la masa, informe sin nombre ni apellidos. Unos valores que son Virtus.

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