¿Eres de los de Carlos o de los de Paco?

Carlo entró en su oficina en Brooklyn (NY)  a la que solía acudir todas las mañanas con la regularidad de quien tiene un trabajo legítimo. Y no era legítimo porque Carlo era el jefe de uno de los principales grupos mafiosos de los estados unidos: la familia Gambino.
Frente a lo que se suele pensar, los negocios de la mafia y en particular de aquellos grupos que han logrado sobrevivir en Estados Unidos o en Italia como la Camorra Napolitana, suelen ser (como ellos dicen) “legítimos”. Es de dominio publico que negocios como la gestión de las basuras y el reciclado, restaurantes, algunos supermercados y en particular la construcción, han sido habitualmente negocios en los que participaban, o directamente gestionaban, los mafiosos.
Carlo no era un capo al uso pues, además de rehuir la violencia como un método para solucionar las disputas, era un hombre ilustrado y que gustaba de la lectura de los clásicos. Como menciona el antiguo mafioso Louis Ferrante en su magnífico libro “Aprenda de la mafia como lograr el éxito en su empresa (legal)” Carlo era un jefe de la mafia discreto,  austero y con gusto por el consenso. Aún así logró su ascenso en la cadena de mando de la “familia” llenando de plomo a su jefe Albert Anastasia mientras este se afeitaba en la barbería del Hotel Park Sheraton… es decir, que no era un santo ni mucho menos.
Una vez en su despacho, Carlo llamó por teléfono a su aliado el también mafioso Salvatore Lucania, conocido como “Lucky Luciano”. Carlo llevaba mucho tiempo intentando convencer a su socio, que el futuro y seguridad de sus organizaciones, se habían de basar no en modelos sostenidos sobre la extorsión hasta la extenuación de las victimas, sino en el reparto de beneficios aunque estos fueran pequeños, y al mayor número posible de receptores. Estos beneficios podían ser pecuniarios pero también en base a favores y prebendas que, en definitiva, los agraciados habían de convertir en retorno monetario. Era un sistema basado en las líneas de defensa de los castillos y fuertes medievales, de modo que mientras el señor feudal vivía en la torre del homenaje que se encontraba en el centro de la fortaleza, murallas exteriores concéntricas protegían el centro de esta dificultando su toma. 
Quedaron para comer en el Park Side, en Queens, y cuando llegaron a los postres de Canoli, Carlo le comentó su idea. Del mismo modo que las murallas constituían una protección, la mafia debía permitir un beneficio mayor a los extorsionados pero hacer que estos también pudieran ser intermediarios y participar en otros favores. Debían incorporar no solo a los sindicatos, en los que ya tenían el control total, y también las organizaciones empresariales, asociaciones, colegios profesionales. Debían buscar lugares donde los ingresos no fueran cuantiosos, y cuyos administradores necesitaran de un extra que permitiera pagar la entrada de los estudios universitarios de los hijos. Nada ilegal o ilegítimo, pues la cosa no solo era pagos directos y extorsiones, sino mirar hacia otro lado en determinados momentos o renunciar a negocios de terceros, pero dejando claro que había favores pendientes en la columna del “debe” en la contabilidad.
Este método además de garantizar mayores beneficios debido a una mayor cantidad de “pequeñas aportaciones” y una mayor rotación, creaba una barrera de silencio que permitía una seguridad de cara a algo que estos “sabios” mafiosos odiaban: ser el centro de atención. El silencio tácito, la llamada “omertá”, facilitaba el continuar con los negocios, legítimos o no, sin el temor de atraer la atención tanto de los medios de comunicación, que acarrea la del entorno político y por ello de la opinión publica, y finalmente la de la ley. Evidentemente esta “omertá” se mantenía gracias a que se repartían los beneficios, y se creaba un status quo interno estable y positivo para todos.
Frank Serpico
Estas barreras de protección son las que hoy soportan el envite de la sociedad contra el estamento político. Es la “omertá” dentro del sistema “donde todo el mundo sabía, pero nadie decía”. Es el mismo silencio de Bárcenas, el de UGT, el de Ayuntamientos y Concejalías. El mismo que se encontró Frank Serpico
Un silencio cómplice y de casta. De una casta que se defiende a sí misma y expulsa, como le ocurrió a Serpico, a aquellos que no pasan por el aro, que no se revuelcan en la misma inmundicia. Lo verás en tu barrio, en la oficina de tu concejalía, en asociaciones que frecuentas, en multitud de lugares. Desde la acción o desde la omisión.
 Tú eliges, ¿eres de Carlo o de Frank? es decir
¿Eres de los de Carlos o de los de Paco?

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