Revolución o Barbacoa
Juan
estaba entusiasmado.
Salió
dando zancadas de la parada de metro de Sevilla, saltando los escalones de dos
en dos. Llegó al principio de la escalera, y durante unos segundos, dejó que el
sol de la mañana le acariciara el rostro.
Sin
duda era la embriaguez de la victoria. ¡Que cojones! ¡Era su día! Habían sido
años de lucha, de asambleas, de recibir porrazos en las manifestaciones,
soportar reuniones familiares donde no sabían, o querían saber, la realidad de
un sistema que colapsaba y ellos… ellos, eran la respuesta a todo.
Además
de ese poder que sucumbía, estaba la competencia de multitud de grupúsculos y
pequeños partidos que luchaban entre ellos olvidándose de quién era el enemigo
común... o eso parecía. Agrupaciones como la ORT, los del FRAP o del PTE y ya para
qué hablar de anarquistas, PSUC… que eran eso, agrupaciones. No tenían ni la
denominación de partido. Eran reuniones de supuestos revolucionarios que
dedicaban meses a devanar sobre la revolución, si había de ser controlada por
una minoría o consensuadas en soviets, si el fondo debía de ser Maoista o en
versiones más integradoras como las de Ho-Chi-Minh.
Ellos
eran los pata negra. Los elegidos. Los más disciplinados. Los mayoritarios, más
deseados, mes temidos, más odiados, mejor organizados y con la disciplina de
saberse en un proyecto común por una España que amanecía.
Se
rió mientras caminaba con la palabra “amanecer”. Era tan… fascista.
Ellos,
los comunistas, el PCE, eran los herederos de un poder popular republicano que
había sido expulsado por los fascistas. Pero no había que engañarse. Detrás
estaban ellos, los de siempre. La burguesía que los había usado de brazo
armado, de ariete contra el proletariado, para conservar la explotación de este
y conservar sus privilegios.
Llegó
a la que pronto dejaría de ser la sede del PCE en la calle Virgen de los
Peligros, pues ya le habían dicho que se trasladaría a Castelló en breve. Atravesó
un control con dos policías que hacían guardia en la puerta y que le miraron
con un gesto adusto. De buena gana, hace tres meses, le hubieran llevado a la
Puerta del Sol tirado a sus pies en un coche, entre patadas y algún guantazo.
Pero allí estaban guardando la entrada para nosotros, los comunistas.
Subió
al cuarto piso donde estaba la sede y cruzó el umbral… aunque había pocas caras
conocidas. Esperaba ser recibido por muchos de sus camaradas en la
clandestinidad.
Una
joven se dirigió a él muy correctamente:
¿Qué desea?
¡¡¡¿¿¿Qué
desea???!!! – pensó- ¡¡¡Será que deseas tú!!!
Se
dirigió a la joven con firmeza:
“Camarada, vengo a ver al secretario general. Tengo una cita con él”
Dio su nombre y apellidos y ella confirmó la cita, acompañándole a la sala de
espera. Se sentó en una silla con la sensación de estar en un lugar extraño.
Sí, muchos carteles por las paredes, mucha bandera roja, mucha cosa de lucha
obrera, pero… nada de camarada y ese “usted” tan provinciano, tan burgués y
decadente… apenas ninguna cara conocida.
A
los pocos minutos se abrió una puerta y se asomó el secretario general, le miró
directamente a los ojos y le hizo un gesto con la cabeza para que entrara.
Llevaba el eterno pitillo entre los dedos, y una corbata con un nudo amplio que
se notaba abierto después de haberle dado tirones para que no le estrangulara.
Entraron en el despacho del secretario general lleno de libros y papeles
amontonados en dos mesas auxiliares. Al fondo otra mesa detrás de la que se
sentó el camarada secretario general, y lo que más extrañó a Juan, a la
izquierda de este una ayudante con una libreta entre las manos, dispuesta a
tomar notas.
Algo
no le gustaba. Era todo demasiado formal, clínicamente amable,
desapasionadamente cotidiano.
Se
sentó en una silla de madera enfrente del secretario general y esperó a que
este hablara. Se dirigió a él con ese hablar pausado que le caracterizaba, entre
calada y calada al cigarrillo, y ligeros toques para dejar caer la ceniza. Esto le daba tiempo para medir sus palabras. Se rió pensando en el comentario de
un camarada de Cádiz que decía en su gracioso acento:
“Carrillo fuma porque los pensamientos le vienen entre
caladita y caladita. Nada en el medio”
Contuvo
la risa en ese momento y miró directamente al secretario general que ya le
hablaba:
“Hola Juan. Estaba deseando conocerte. Es una gran trabajo el
que habéis realizado en la clandestinidad aquí en España. Ignacio Gallego y
Gregorio me han hablado muy bien de ti. La verdad es que hemos demostrado en
toda Europa que somos la propuesta comunista más solida y con mayor perspectiva
de futuro. En Francia están impresionados de la cohesión que los cuadros han
mantenido. Como se ha conservado la comunicación y disciplina interna a pesar
de la presión de los fascistas. Ha sido duro y la verdad es que lo apreciamos
todos los que hemos estado fuera. Obligados claro… hubiera sido imposible
acercarnos a menos de 100 kilómetros de la frontera en Francia. Pero por fin
estamos todos juntos y en gran parte gracias a vosotros. Estamos, insisto, muy
agradecidos y te he propuesto para dirigir la nueva casa del pueblo en Talavera
de la Reina”
Juan
se quedó con la cara demudada. No podía creer las palabras que estaba oyendo.
Él, que había asistido a una y mil manifestaciones. Corrido por todo Madrid
para buscar imprentas que quisieran de forma clandestina hacer los panfletos
que necesitaban. Él que había llegado a las manos con Trostkistas, Maoístas y
peor que eso, falangistas, estos de Fuerza Nueva o los Carlistas comesantos del peor pelaje… ¡¡¡¿¿¿y ahora se
tenía que ir a una mugrienta casa del pueblo en Talavera de la Reina???!!!
Intentó
contener el acceso de furia, cogió con rabia los brazos de la silla en la que
estaba y miró a la secretaria que no dejaba de tomar notas. Le sonaba su cara
de alguna asamblea… y se acordó que había asistido a muchas sentándose en la
parte del fondo y haciendo lo mismo, tomar notas.
Juan
levantó la mirada y con firmeza dijo:
“estimado camarada secretario general creo que…”
Este
levantó la mano y se dirigió a el con un tono no exento de ironía:
“Vamos a dejarnos eso de camarada ¿eh? Ya no estamos en el
monte”
Juan
tragó saliva y continuó:
“Secretario general, creo que después de todo mis esfuerzos,
de lo que he dado por el partido, las horas, las palizas, las detenciones,
vivir de un piso en otro, viajando por toda España, la mayoría de las veces con
mi propio dinero, en fin… que me propongas ir a Talavera de la Reina, lejos de
Madrid y mi familia. No sé. Creo que merezco algo mejor que eso después de
todos los esfuerzos. Yo formé las células en la universidad, los comités de
protesta, las asambleas informativas y de educación política, contra el deseo
de mi familia muchas veces… creo que merezco como mínimo una silla en el comité
central”
El
secretario le cortó secamente:
“reconocemos tu valía y trabajo…”
Juan
se dirigió a él interrumpiéndole
“Es que no es cuestión de reconocer, es que hemos hecho la
cama en la que vosotros os acostáis Santiago….”
La
secretaria cortó en ese momento:
“Juan, lo de Talavera es algo temporal. Es necesario mientras
las aguas vuelvan a su cauce. Debemos encauzar el proceso democrático que nos
permite recibirte hoy aquí, sin el temor de que la político/social eche la
puerta abajo. Por eso el secretario general te propone…”
¡¡¡Perdona!!! ¿Recibirme? ¿Propone? – se oyó Juan a sí mismo gritando.
El
secretario general le interrumpió con gran firmeza y una frialdad en su voz que
no dejaba lugar a dudas:
¡¡¡No propongo!!! ¡¡¡Yo dispongo!!!
Cambió
el pitillo de mano y extendió el brazo hacia la secretaria con firmeza:
“María, dame el informe de Juan”
La
secretaria le alcanzó una abultada carpeta azul que el mito del partido en el
exilio abrió. Pasó varios papeles y extrañado Juan se incorporó con el fin de
atisbar algo de lo que allí había escrito. El secretario general le miro de
hito en hito:
“Aquí tengo un informe de tres personas que atestiguan que
colaboraste en determinados momentos con algunos sospechosos de ser Troskistas
y peor, colaboracionistas del fascio”
Juan
no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Sus manos empezaron a sudar y
notaba como estas resbalaban al coger con firmeza los reposabrazos. Empezó a
escuchar la voz que cada vez venía de más lejos.
¡¡¡Pero Santiago!!!
El
secretario general se levantó violentamente y asesto un puñetazo en la mesa….
¡¡¡No vuelvas a dirigirte así a tu secretario general!!! ¡¡¡NO
soy un amiguete tuyo del bar!!! ¡¡¡Soy el secretario general del Partido
Comunista de España de modo que un respeto!!! ¡¡¡Tengo informes aquí que
prueban que has usado fondos de la celula de Carabanchel en beneficio propio y
de ESA tu novia…¿como se llama?”
Se
vuelve a su secretaria:
- Teresa
(apunta ella obedientemente)
- Eso,
Teresa
- Pero
secretario general, eso es MENTIRA. Una falacia malnacida. Me he dejado la piel
por el partido…
- Y
tu mujer también, por lo que veo en otro informe.
- ¿Cómo?
- Pues
eso parece. Tu mujer o pareja o lo que sea, se ha acostado con algunos miembros
del partido para lograr información y liderar un levantamiento contra el comité
central. Hay más de dos personas dispuestas a atestiguarlo.
- Ahora va a resultar que yo también maté a Kirov…
El
secretario general le miró con una sonrisa sarcástica mientras se levantaba de la silla:
- La historia se reescribe, cambia y reinterpreta. Lo que es
importante es quién protagoniza el presente. Es lo que importa. Vives en un
país de poca memoria y mucha miopía.
Juan
se sintió débil. Sus fuerzas flaquearon. No era posible aquello que estaba
viviendo. Se levantó de la silla y miró directamente al secretario general…
apenas podía respirar. Más de 10 años dedicados en cuerpo y alma al partido, a
la lucha obrera, a hacer de España un país en el que la igualdad fuera real…
Juan
abrió la puerta de su piso. Como un autómata entro en casa. Teresa se acercó a
él, observó su cara y preguntó lo que ocurría. Juan la apartó suavemente y se
acercó a la biblioteca. Empezó a sacar volúmenes:
Problemas de la edificación Socialista de Nicolas Bujarin
“El estado y la revolución de Lenin… sus comentarios a la
guerra de Clausewitz”
“La banca, el crédito y el socialismo" de Che Guevara, un artículo que siempre le
inspiró.
Cientos
de volúmenes que resumían el pensamiento socialista de todo el Siglo XX. Cogió La Revolución Permanente de Trotsky, pasó una mano sobre él, y leyó unas paginas. Levantó la
mirada y se dirigió a Teresa:
¿Cariño, para cuando decías que era la barbacoa que
organizaba Carlos?
NOTA: basado en sucesos reales... y cambiado el nombre de uno de los personajes, y no es el secretario general.
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