Don

Eleuterio estaba muy contento. La campaña había ido magníficamente bien y los resultados lo mostraban. Había ganado las elecciones. En su pueblo, una pequeña localidad de no más de 10.000 habitantes, había sido tradicionalmente un lugar donde el partido rival había ostentado el poder durante muchos años. De hecho, el que hasta entonces había sido Alcalde, prácticamente consideraba el pueblo su coto de caza.

Muchas mañanas lo veía pasar camino del ayuntamiento, circulando con ese coche que lleva la estrella “para acertar con los peatones en el paso de cebra” como decía el bruto del Julián.

En la puerta del ayuntamiento, un día sí y otro también, le esperaba el concejal de urbanismo junto con alguno de esos que estaban siempre en la mamandurria de las concesiones urbanísticas. Se iban al bar a la vuelta de la esquina del ayuntamiento y allí empezaban con la media de tomate, para luego pasar a las palomitas. Eso los días que no había pleno.

Uno de ellos, no el concejal sino uno de los empresarios, era Roberto. Roberto Utrilla, un personaje retraído, con el cuello de la camisa siempre abierto, pues el tallaje no estaba hecho para perímetros de ese tamaño. Roberto siempre miraba de soslayo, sopesando al interlocutor, siguiéndole con la mirada y con el comentario sarcástico a flor de piel con el afán de intimidar al interlocutor. Sabía dominar y mantener la conversación. Sabía empujar hasta que las cosas se hacían. “Yo soluciono problemas a los políticos, hago las cosas más fáciles” solía decir “aunque a algunos hay que animarles más” decía con una risa sarcástica de final.

Pero ahora estaba allí. En el ayuntamiento. La ceremonia de entrega del bastón de mando se hizo efectiva, aunque el bastón de alcalde realmente se lo quedaba el saliente y el que a él le daban era nuevo.

En el momento de la entrega, el Alcalde le alcanzó el bastón mientras le miraba a los ojos con cierto tono desafiante pero también, notó, de alivio:

“aquí tienes al bastón, haz honor de él y del pueblo que te ha elegido”

No pudo menos que pensar que sonaba sarcástico viniendo de él. Pero lo asió con fuerza y lo alzó por encima de su cabeza. Militantes del partido y simpatizantes, muchos de los que serían la corporación municipal allí estaban, Chillaban su nombre y aplaudían. Cruzó una mirada con Rosa, su mujer, que orgullosa le miraba desde el asiento de enfrente. Era un sueño conseguido tras años de esfuerzo, y la oposición de muchos en el pueblo, que no le creían capaz de conseguirlo, y otros muchos funcionarios de la corporación municipal que continuamente le habían puesto palos en las ruedas. Pero, con todo, eran peores los del propio partido: “cuídame de los míos, que de los de enfrente ya me cuido yo” …como decía un viejo proverbio de la política.

Elección tras elección, campaña tras campaña. Por pedanías, barrios, asociaciones, empresas, agrupaciones, hasta las Cofradías de Semana Santa, hermandades y peñas de las fiestas. Cuantos días, cuantas horas, cuanto abandonar una carrera personal, a su familia y amigos. Pegadas de carteles, metiendo sobres para las votaciones, conduciendo autobuses de simpatizantes de edad a votar. Todo aquello era una inversión de tiempo y esfuerzo en pos de un sueño, aunque el destino final debiera ser servir al pueblo.

Se acuerda Eleuterio y sonríe de aquel Senador que le dijo:

“Eluterio, cuando entras en política ganas unos amigos y pierdes otros. Cuando llegas a un cargo ya no tienes casi amigos, y sí gente subida en tu barco por lo que tienes detrás, no por lo que tú eres. Recuerda siempre que, algún día, bajarás del barco y piensa como quieres hacerlo, porque solo los amigos estarán esperándote al final de la escalera” 

Tras unos minutos departiendo con todos los asistentes a su toma de posesión decidió, tal como había prometido, ir a su despacho y ponerse a trabajar por el pueblo. Era una oportunidad única y había que empezar con fuerza. Abrió la puerta de su despacho y entró en él. Se sentó en el sillón de Alcalde amplio y confortable, pero adaptado a la trasera del anterior  usuario. Tendría que buscar uno alrededor del ayuntamiento uno para cambiar, pues una de las políticas a seguir el futuro era la austeridad. Sin duda. No más despilfarros, no más amiguismos.

Llamaron a la puerta y entró su secretaria, Carmela. La conocía hacía años y había sido, todos decían, algo más que una simple secretaria: la alcaldesa, como era conocida. Para que decir más. “La verdad es que tenía dos par de argumentos para poder mandar en el pueblo” pensó.

“Señor Alcalde Roberto Utrilla solicita tener una reunión con usted”

“¡Pero qué rapidez!” pensó “ya viene a pedir cosas”

“Dígale que estoy ocupado. Que le deje su teléfono y mañana le llamaré para concertar una cita”

La secretaria le observó de hito en hito:

“Pero es que es Don Roberto Utrilla” dijo remarcando el “Don”.

“Lo sé monina, y yo soy el señor Alcalde y le digo que tiene que solicitar una reunión como cualquier vecino y, si hay agenda, pues entonces le recibiré”

La secretaria se encogió de hombros y salió por la puerta.

Recibió a la junta de vecinos de los barrios bajos. Sí sabia los problemas del vertedero. Habría que hablar con los técnicos de la comunidad y ver si cumplía los requisitos. Le siguieron los del patronato de fiestas, las cofradías de semana santa, la asociación de amas de casa. Si había un lobby con fuerza era este, le dijo una vez un compañero de partido instruido con con lenguaje al día.

Mientras hablaba con ellos le llamó al móvil su cuñado.

“Díme Juan” contestó 
“Eleuterio ¿has recibido al Roberto?” 
“Pues no” contestó algo molesto 
“Pues anda recíbele que me tiene que dejar el paso de la manguera hasta el pozo, que sino no puedo regar los almendros. Acuérdate que el pinchazo es en su finca” 
“Ya estamos con el Roberto, ni que fuera Dios”“¡Joerl Elute! Haz el favor que tengo los almendros mas secos que la mojama” 
“Bueno ya veremos. Un día de esta semana le veré pero lo primero es lo primero”

Enojado colgó el teléfono. No habían pasado ni cinco minutos, cuando volvió a sonar el móvil. Era su madre.

“Mamá ¿qué pasa?” 
 “Lute, nene ¿has recibido al Roberto de la Bernarda?”  
“No, ya le veré esta semana”- contesto entrando ya en el enfado. 
“Nene, habla con él cuando puedas porque tu hermana estaba en mitad del proceso de selección para la empresa suya” 
“¿Del Roberto” 
“Si, le queda una entrevista para que la elijan para la recepción de la urbanización esa que han hecho detrás de la peña pelada” 
“Pero no me habíais contado que estaba en eso” 
“Pero ¿cómo te lo íbamos a contar si estas liado con la campaña, y el partido, y que si las elecciones…” 
“Mamá, ya veré si esta semana recibo al Utrilla este”

Colgó con fuerza el teléfono y se dejó caer en el sillón municipal.

A la mañana siguiente conducía su Clio por las calles del pueblo. Al pasar muchos de los vecinos le saludaban y el respondía con la mano en alto. Aparcó en la puerta del Ayuntamiento, se bajó y empujó la puerta que difícilmente se cerraba. Un chirrido indicó que finalmente lo estaba.


Se volvió y Roberto se acercó extendiendo una mano que precedía a una amplia sonrisa, mitad sarcasmo, mitad victoria. Le miró retador a los ojos y le dijo:

“Señor Alcalde ¿cómo puedes circular en esta cascara con ruedas?. Te presentaré aun amigo que tiene buenas ofertas, a no ser que quieras venir en mula Alcalde, que todo se puede arreglar”

…frase que remató con una palmada sobre la espalda encorvada de Eluterio.

El teniente Alcalde y el técnico de urbanismo que le precedían, rieron la ocurrencia. Juntos le acompañaron al bar detrás de la ayuntamiento.


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