La Opción B

Faustino (Tino para los amigos) entró en el parking del hospital a primera hora de la mañana con el fin de llevar a cabo la misión que su esposa le había encomendado. Más que “encomendado” le había conminado una tarea delicada que requería de su habilidad y astucia… o más bien de su tiempo, pues él libraba hoy del trabajo, en vísperas de Navidad. Cosa curiosa que justo ese día no lo tenían libre ninguno de sus tres cuñados ni cuñadas, ni nadie del circulo familiar.

Con paso firme se acercó al mostrador correspondiente y allí preguntó:
"Buenos días"
"Buenos días"
"Soy Faustino Martínez y vengo a recoger el miembro de mi suegra Doña María Hernandez" 
La misión en sí no era compleja. Acercarse al hospital y recoger el miembro amputado de su suegra. Posteriormente debía entregar la extremidad a los encargados del cementerio, que la conservarían hasta darle oportuna sepultura en el menor plazo de tiempo posible.

La extremidad debió ser separada del cuerpo del que formó parte, debido a las varices y otros achaques de la edad, que motivaron que se gangrenara. Ello llevó al ingreso de Doña María en urgencias con el fin de que la gangrena no se extendiera. 

El Doctor a cargo de la operación, de forma lacónica y expresión de estar leyendo un aburrido documento, les informó de la necesidad de llevar a cabo la operación en el menor plazo de tiempo. Su cuñado Ricardo, entre cuyos dones no estaba el de la oportunidad, respondió el informe del doctor con un:
“Pues ya que estamos, la podríamos lobotomizar”
La pierna de Ricardo se resintió los días siguientes tras la patada de Mari Paz (su mujer). También lo hizo su espalda, resentida por la incomodidad del sofá… “puto IKEA” pensaba el pobre Ricardo todas las mañanas tras despertar.

La operación transcurrió sin problemas y la espera se hizo corta. Todavía más cuando Faustino y su cuñado Ricardo, fueron a tomárselas a la cantina del hospital. Allí encontraron a un viejo amigo común, enfermero, que les informó del procedimiento habitual con los miembros amputados:

“Podéis, opción A, incinerarlo. Esto es lo que suele hacer la gente habitualmente. Opción B, os lo lleváis y lo enterráis. Para esto debes pedir un permiso y trasladar la pierna al cementerio. No hace falta que lo haga una funeraria. Allí lo enterrarán en el nicho si queréis... para luego juntarlo con el resto cuando sea menester”

Ricardo su cuñado, con su chispa habitual, salió al quite:

“¡Vamos no jodas! ¿Encima voy a enterrar a mi suegra por fascículos? Barbacoa y punto. Nos quedamos con la opción A" 

Faustino esperaba paciente en la recepción del hospital y pensaba con amargura como al final SIEMPRE era la puñetera opción B. De camino de vuelta a la habitación lo hablaron:

“Ni se te ocurra decir nada Ricardo. Lo incineramos y punto. No me hagas la 13/14 y larges porque la liamos. Se entrega para incinerar... repite conmigo: IN-CI-NE-RAR”

Esa misma noche parecía tranquila hasta que la campanita del Wassap de su mujer saltó, y esta leyó el mensaje de su hermana, con lo que Ricardo le había confesado. Faustino no daba crédito. Llamó con urgencia a su cuñado, pero ya era tarde y la puñetera opción B ya estaba señalada como la mejor. Su mujer entre aspavientos y argumentos hiperbólicos trufados de adjetivos indicó: 

“¿Cómo quieres que le diga que no a mi madre? Es una pobre señora viuda y solitaria. ¿Quieres que le niegue el deseo de que una parte de ella descanse al lado de su marido? ¿Cómo puedes tener tan poco corazón? ¿Qué me encargue yo? Pues como siempre… entre lavadora y lavadora, mientras paso la aspiradora. ¡NO ESTOY CHILLANDO NI AGITADA, SOLO PRETENDO RAZONAR CONTIGO!”

Desde el fondo del pasillo se acercaba un enfermero empujando un carrito. Sobre este descansaba una pieza de gran tamaño y cuyo contorno parecía ser el de una pierna casi completa. Recubierta por un plástico amarillo, estaba bien empaquetada. Hizo el ademán de coger la extremidad, pero el enfermero le ofreció amablemente:

“Ojo que pesa. Si quiere le acompaño al parking”

Así lo hicieron. Entre ambos introdujeron la pierna en el maletero del coche con un respetuoso silencio, cerrándolo posteriormente tras apartar la sombrilla de playa y un par de regalos de los que habían adelantado para navidad. Arrancó el coche y conforme salía por la puerta del hospital sonó una llamada que respondió con el manos libres:

“Tino ¿me oyes? Soy Puri”
“¿Qué Puri? ¿La del otro de día del Puti?” contestó con una sonrisa sardónica.
“¿Serás imbécil? Soy Puri la de la central”
“¡Ja, ja, ja! Ya lo sé guapa. Era una broma”
“Pues menos chascarrillos que te quedas sin cestas de navidad”

Faustino se puso tenso.

“¿Cómo que sin cesta de navidad?”
“Sí. Que dice el jefazo que pases a recoger las cestas. Son varias porque tienes que coger la tuya, y la de tu cuñado que está fuera en un curro. Los del taller de Recambios Abril te ha dejado otra que no lleva paletilla sino jamón completo. El jefe dice que tienes media hora para recogerla porque hay que hacer sitio aquí para la mesa del becario”


Faustino intentó argumentar y ganar tiempo para depositar la pierna en casa de la suegra, pero fue imposible:

“Vale, estoy saliendo de una mandado. En veinte minutos estoy allí”
“Hasta luego puticlú” respondió Puri con una sonrisa mordaz de final.

Faustino llegó a la empresa y allí esperaban tres cestas de navidad. En realidad eran dos cajas de cartón medianas, una más grande a la que había que añadir dos paletillas de jamón y una pata entera. Como pudo las acercó al maletero del coche, lo abrió y depositó todos los productos, mirando de lado y con recelo la pierna de su suegra. En el momento de cerrar el maletero, notó un fuerte golpe por la espalda que sonó por todo el parking de la empresa.

Se volvió asustado y vio la cara a uno de sus mejores amigos: Juanmi.

“Pero que maricón. Por fin te dejas caer por aquí so cabrón. ¿Porqué no respondes a los mensajes?”

Faustino le contó todo lo ocurrido con su suegra, omitiendo el último episodio de la extremidad que llevaba en el coche. Hizo ademán de marcharse, cuando Juanmi le espetó:

“Los cojones te vas. Te vienes a tomarte un tercio que te debía so perro. Para una vez que apareces… el del bar se acaba de preparar una bandeja de torreznos más grande que un fin de semana con la suegra, y otra con unos langostinos de a kilo que he traído yo ¡venga majetón, vente!”

Para el bar marcharon mientras Faustino miraba por el rabillo del ojo su coche.

En el bar un tercio llevó al siguiente, luego fueron tres, cuatro… entremezclados todos con torreznos y una suma de aquellas cosas de colesterol que el hombre a desarrollado a partir de su mejor compañero: el cerdo. Tras los estadios diversos de exaltación de la amistad, insultos al clero y cantos regionales, Faustino decidió escabullirse por un lateral tras comprobar (con horror) que eran casi las siete de la tarde. Se subió a su coche rezando por el camino para no encontrar el habitual control de alcoholemia de las vacaciones. Arrancó y no había pasado mucho tiempo, cuando le saltó el piloto que indicaba la entrada en la reserva del depósito de combustible. Hizo sus cuentas mentales de lo que le quedaba por conducir y decidió parar en la gasolinera del Andrés. Salió del coche y tiró de la manguera del surtidor que acercó a la boca del depósito. 

En ese instante aparcó un coche que le sonaba familiar, del que bajó Nuria. ¡Dios mío, Nuria!. ¡Hacía dos años que no la veía! Recordaba que alegría le daba cuando el jefe le enviaba a comprar repuestos a los del desguace. En la recepción estaba ella: Nuria. Espléndida como siempre… y como se habían divertido los dos en las cenas de navidad. Aunque en una de ellas la cosa se desmandó. No es que ninguno se sintiera excesivamente culpable. Pero días después tuvo que justificar en casa el mensaje al Wassap… Le costó un mes superar la fase de Apocalipsis y total indiferencia, forzada claro. Luego fueron otros dos de restablecer puentes y recuperar las relaciones mediante gestos diversos, algunos de los cuales le dejaron la cuenta del banco tiritando. Su cuñado Ricardo se reía de él:

“Te habría sido más barato haber ido de pilinguis”  

Pero allí estaba, Nuria. Ella abrió mucho los ojos al verle, y se acercó con ese gesto tan suyo, acercando el pecho. Aunque ni falta le hacía dada abundancia y solidez orgullosa que mostraban.

“Tino ¡Que alegría verte!” le dijo acercándose.

Le abrazó, gesto que Faustino correspondió encantado, estimulado por las copas y celebraciones previas. No obstante, algo inesperado le hizo pasar dulce oso receptor, a huidiza cobra: su perfume.

Recordó como el fino olfato de su mujer había detectado esencias que no eran propias del conjunto, descuidado y algo desecho, de Faustino. Una vez detectados fueron el detonante de todo lo que aconteció después…. Junto con el bendito mensaje del Wassap. Víctima de la reacción posterior fueron un largo número de cosas, muchas de las cuales (para ser sincero) nunca echaría de menos:


  • El jarrón de porcelana de su madre, que les regaló tras su viaje a la Cartuja.
  • El arlequín que su hermana les había regalado con la lista de bodas. Habían sido dos arlequines en realidad, pero su hijo hizo justicia con uno de ellos, que tenía brillos dorados.
  • La escena de caza es cierto que no valía mucho, pero el marco sí. Eso le enfadó sobremanera.
  • La orla de la facultad.
  • El centro de mesa de cristal, que fue el que derribó la escena de caza con un impacto directo. El ciervo quedó irreconocible.
  • Quedaba para el final la cafetera Nespresso, cuyo impacto sobre la cabeza de Tino pareció apaciguar a su mujer.
Faustino saludó a Nuria, manteniendo con sus manos una distancia, que creía prudente, sobre los hombros de ella. Esta notó ese suave desdén, lo que le motivó más en su tendencia natural a medir sus opciones y ver hasta donde podía llegar. 

Suavemente acercó sus labios al oído de Faustino:

“Fíjate que coincidencia que justo nos veamos hoy. ¿Qué te parece si recordamos viejos tiempos?” dijo ella con un suave susurro.

Faustino se tensó cual arco de caza y le informó que estaba con prisa, y debía marchar cuanto antes para terminar las compras de navidad. No había terminado de decir la frase cuando Andrés, el sirviente de la gasolinera, se acercó y le dijo:

“Faustino ¿lleno el depósito?”

Faustino encontró la salida perfecta para cambiar de tema y le respondió:

“Si Andrés. Hazme el favor” volviéndose a Nuria y arrancando una conversación lo más banal posible.

“Entonces ¿dónde estas ahora tras dejar el trabajo del desguace?”

Nuria le siguió el juego pero aumentando la tensión con miradas directas al interfecto a los ojos y recorriendo sus hombros y cuello, con una sonrisa maliciosa:

“Me marché de allí porque, sabes, abrieron un concesionario cerca de mi casa. Por sueldo y encima con lo cerca que me pillaba… aunque tú ya sabes donde esta mi casa. Abierta esta para cuando la quieras” en ese momento rió abiertamente “me refiero a mi casa claro”.

Faustino había pasado de cobra a boxeador que entre los ojos tullidos busca el reloj que le de el tiempo. Sus pupilas dilatadas, los pasos hacia atrás, su sudoración excesiva, las miradas huidizas o el insistente tintineo de las llaves del coche en las manos de Faustino, confirmaban a Nuria lo nervios de este. 

En ese momento Andrés le gritó a Faustino:

“Tino, esto ya esta. ¿Lo cargo en cuenta?”

Faustino contestó aliviado:

“Si por favor, que tengo prisa” en ese momento se le encendió la bombilla “por cierto Andrés, cógete una de las paletillas que llevo en el maletero del coche, llévatela a casa y le hincas el cuchillo”.
“Gracias Tino ¿Te da igual la que coja?” respondió Andrés
“Claro que sí”

Nuria insistió viendo que la pieza se escapaba:

“Oye hermoso, que si te tienes que ir a casa no te preocupes… seguro que vas a mesa caliente, nunca como la mía claro”

Faustino se volvió algo irritado:

“Nuria, ya te llamo a vuelta de navidades y paso a verte por el concesionario. ¿Estas en repuestos?”
“Pues claro ¿dónde iba a estar?”

Este recordatorio de su trabajo hizo que Nuria desistiera y, con un casto beso en la mejilla, se despidió de él con un “pues ya sabes donde estoy… machote”.

Faustino observó el coche de Nuria alejarse con gran alivio, mientras entraba en el suyo.

Condujo hasta su casa, donde llegó en una bruma etílica que, mezclada con el subidón hormonal, se había convertido en una niebla de la que a tientas intentaba salir buscando la normalidad. 

Abrió la puerta de casa por la que entró con un “buenas noches cariño” que él mismo encontró excesivamente entonado de final. El oído de su mujer captó el matiz en apenas segundos a lo que ella respondió:

“Vienes muy feliz ¿no?”
“Claro cariño ¿cómo no?. Nos ha regalado tres cestas de navidad y…” 
“Oye Tino" interrumpió su mujer "habrás pasado por el cementerio a dejar aquello de mi madre ¿no?”
 El requerimiento dicho con gran firmeza recubierta de una fina capa de chocolate al 70% de Cacao de su mujer desde la cocina, paró sus pies  y su verbo en seco.

Faustino se dispuso a abrir la puerta de su casa de vuelta al garaje, tras coger las llaves que había dejado en el aparador de la entrada, junto al último arlequín que había sobrevivido a la furia de su mujer. Al salir hizo como que no la oía y gritó:
“Bajo un momento, que me he dejado una cosa en el coche”
La bajada de Faustino desde la puerta de su casa al parking, pasando por el ascensor y el pasillo de entrada, hubiera hecho saltar radares de velocidad de haber existido. Con alivio pulsó el botón de apertura del portón del maletero, que se abrió con un crujido de los muelles y mostrando las cajas de navidad dos paletillas y un jamón y… NO, no estaba.

En ese momento Faustino sintió como la sangre bajaba desde su cabeza a los pies, y huía de estos. Su cuerpo quería marcharse y dejar allí un espíritu que le había traicionado. Deseó fundirse con la tierra sobre la que pisaba y fluir hacia las cañerías, bajando violentamente por estas para terminar en el sistema de alcantarillado, camuflado entre heces, restos biológicos de todo tipo y condición, hasta llegar al mar. 

Por su mente pasó toda la tarde en fotografías hasta que una se fijó en su mente:

¡¡¡Andrés!!! – pensó

Con velocidad buscó su móvil para llamar a la estación de servicio, tras palpar con velocidad todo su cuerpo, se acordó de haberlo dejado encima de la mesa del comedor… allí donde hace unos años había habido un centro de cristal.

Con la misma velocidad hizo saltar radares de vuelta su piso, abrió la puerta y la expresión de su mujer no daba lugar a dudas. El teléfono en la mano, los ojos desorbitados, la tez que había perdido la color… gracias a dios la mano izquierda no tenía nada que pudiera en ese momento ser proyectable. 

Su mujer le miró de hito en hito y con voz entrecortada le preguntó:

“¿Dónde esta la pierna de mi madre?”

Faustino tragó saliva y apenas acertó a decir:

“Andrés… gasolinera… depósito… navidad… cestas”

Recogiendo velas, su mujer le adelantó el móvil que puso a unos centímetros de su cara:

“Pues tienes dos opciones: 
Opción Nº A: llamar al cuartel de la guardia civil, pues acaban de llamar que quieren hablar contigo de no se qué de una pata de jamón olvidada.
Opción Nº B: Ir por piernas a la estación de servicio. Ha llamado Andrés, pues iban a cortar la pata de jamón que le has regalado y han llevado al bar de la gasolinera. Han tenido que llamar al 112 para atender el ataque de nervios de Nieves la del bar y las dos cocineras. Además nadie quiere desclavar la pierna del jamonero”
Su mujer se acercó para darle el móvil, cuando su olfato detectó un elemento extraño en el olor habitual de polígono y bar de Faustino.

El brigada de la guardia civil observó el ojo a la funerala de Faustino mientras le hacía firmar el atestado, dejando caer un comentario cargado del sarcasmo producto de la experiencia:

“Le prometo que me encantaría saber como le va a contar esto a su mujer… aunque a juzgar por ese ojo creo que ya le ha adelantado algo de la información. En mi vida profesional había visto una cosa así …y mire que he visto cosas. Esto le deja pocas opciones…”

Faustino levantó la mirada que fijó en el rostro amigable del veterano brigada.

“¿Porqué siempre es la puñetera opción B?”
NOTA:

Inspirado en hechos reales 













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