La Ventana

Todos los días solía ir directo hacia el Ayuntamiento. Andaba por las callejuelas del pueblo y sabía que, si se cruzaba con Anselmo “el aguador” eran las ocho de la mañana, y que llegaría puntual. El Anselmo no fallaba. Decía el Maestro del pueblo, Don Alberto, que los relojes había que ajustarlos a la hora en la que el Anselmo cerraba el portón de su casa y salía con la borrica hacía el río.

Aquél día era diferente. Manuel decidió dar una vuelta larga y perderse por la peña alta, bajar hacia la vereda del río y luego… pero sumido en sus propios pensamientos, se encontró sorprendido ante la misma puerta del ayuntamiento. Era la inercia de todos los días, aquella misma que había querido evitar. Le había conducido allí la condición de Manuel de Alcalde del pueblo.

Levantó la mirada y se cruzó con la de dos que ya le esperaban en la puerta: Celestino, el teniente de Alcalde y Juan el alguacil. Aunque más que alguacil, el Juan era el encargado (a todos los efectos) del ayuntamiento y la voz que avisaba de lo que podía venir:

“Señor Alcalde, Angelines la del Julián dice que el lavadero no libera agua con rapidez y se atasca. A ver si va a ser de la mata que se acumula en el aliviadero del manantial”

O también:

“Las conejas del Urbino han roto la cerca y se han comido las zanahorias del huerto del Pedro, el palmero. Ya sabe usted como se las gasta el Pedro, que ese es de los que da careo levo en mano”

…y así. Juan más que Alguacil era un seguro, una alarma temprana que permitía tener la respuesta preparada en el momento perfecto. Algo esencial para el Alcalde de un pueblo de no más de mil quinientas almas. Pues eso era sobre todo un Alcalde, un mediador. De eso sabía un rato su mujer. Manuel sabía al casarse con Angelines, que lo hacía con una mujer de la montaña que, a su buen ojo como hija y nieta de montaraces cazadores, unía una tradición de dos generaciones de Alcaldes y servidores públicos.


Por eso le habló con gran seguridad cuando le propusieron para Alcalde:

“Manuel, no sé si serás mejor o peor Alcalde. Sé lo que sé, y sé que no harás tonterías. Y eso es importante para una persona que se dedica a mediar entre las personas, y saber la diferencia entre los que necesitan algo o ansían algo”

Fue la misma expresión que ella puso la noche anterior, cuando Manuel le contó que tenían arrestado en la cárcel del ayuntamiento a Don Ginés Montero. Habían recibido una orden del tribunal provincial que acusaba a Don Ginés de haber quebrantado la Ley de Orden Público y, según indicaba el documento:

“se procedía a la intervención de sus propiedades y puesta a disposición judicial con el fin de responder ante la autoridad pública por insultos y desagravios hacia el gobierno de la República”

Los insultos eran verdad. Lo que no indicaba la nota es que estos se habían producido cuando el comité del partido provincial intentó ocupar parcialmente la finca de la que era dueño, y donde este los recibió con la escopeta en ristre.  Ahora, con la excusa de haber insultado al gobierno y haber violado el apartado el apartado V del artículo 1º de la Ley de Defensa de la República, requisaban todas sus propiedades y le ponían a disposición judicial.

Don Ginés era una persona parca en palabras, pero de mirada recta y sostenida, con argumentos que no necesitaban matizaciones. Ese argumento, de un solo cañón y ánima lisa, fue el que esgrimió contra la partida que había venido a requisar sus propiedades… o parte de ellas. Aunque para Don Ginés no había “partes”. La tierra es una y acoge a todos por igual.

“¿Saben las perdices de mojones y cercas? –solía decir el montaraz Don Ginés-  “Los límites los pone la naturaleza y Dios que está el cielo. Son el día y la noche, el invierno y el verano, el frío y el calor. Los límites de los hombres, los ponen ellos, pero no quedan escritos para siempre”

El grupo que venía a requisar sus propiedades llegó en dos camiones que hubieron de frenar al encontrar a Don Ginés de pie, en mitad del camino de tierra a cuyos lados había dos lomas cubiertas de vegetación baja y pinos. De los camiones se apearon cuatro guardias de asalto que, con poca convicción entregaron una orden de requisa de las propiedades, con el fin de colectivizar la producción. Los guardias venían espoleados por dos miembros del partido que vestían caros chaquetones de cuero, cubiertos por correajes lustrosos y bien cuidados, y brazaletes de color rojo con los símbolos del campo y la industria.


A estos no les gustó cuando don Ginés, alzando la mano en la que portaba una hoz de verdad, les espetó con serenidad y firmeza:

“Tenéis la poca vergüenza de venir a reclamar mi tierra, en la que nací y en la que seré enterrado. Y encima lo hacéis luciendo un emblema con una herramienta que seguro ni sabéis usar. Aquí tenéis una, y con ella pienso rebanaros el paso de las lentejas como deis un paso más”. 
Uno de los matones que venían dio un paso adelante con ademán agresivo, pero fue contenido por el secretario judicial, que con mirada de experiencia le dijo:

“Como te acerques a un metro, te darán plomo. A los dos lados del camino están seguro sus hijos emboscados, y aciertan a un torcaz entre ojo y ojo en pleno vuelo”

La cosa no llegó a mayores salvo intercambio de adjetivos y recuerdos a la madre de uno y otro.

Los emisarios de la ciudad prometieron volver, aunque lo hicieron en diferido, pues enviaron por delante una escuadra de guardias de asalto que dejaron a Don Ginés al recaudo Juan el alguacil y Celestino el Teniente de Alcalde.

Estos ahora miraban con preocupación al Alcalde, que evitaba sus mismas miradas con una mezcla de ansiedad mientras esperaban que los comisarios políticos vinieran de la ciudad para reclamar su pieza. Todos sabían que una vez el grupo marchara por la carretera hacia la ciudad, era difícil saber lo que ocurriría por el camino.

El Alcalde miró Juan, y le preguntó:

“¿Ha desayunado Don Ginés?”

Juan se sobresaltó al ser extraído de lo más profundo de sus pensamientos, pero respondió con premura:

“Sí claro. Pero ya sabe usted lo frugal que es. Un chusco de pan y una cebolla. Me ha dado las gracias y se ha vuelto a sentar al lado de la ventana”
 “¿Sabes si ha pasado frío durante la noche”? – preguntó Manolo “Anoche le llevé dos mantas, una que trajo su señora y otra que le he prestado yo”

Manolo respondió con viveza “desde luego, ha hecho muchísimo frio”

Los otros dos escucharon aquello con alivio, y no dejaron pasar la oportunidad de iniciar una conversación que les llevara lo más lejos posible de aquella situación embarazosa.

“Si. Mi señora me ha estado mandando toda la noche a rellenar el brasero con brasas porque estaba muerta de frio” – dijo Celestino.

Juan, rápido y mordaz como siempre, le respondió: “a ver si lo que quiere es que te quedes a dormir con la borrica. Me han dicho que recolocas las tejas de tu casas cada dos semanas por los ronquidos”.

Los tres reían la ocurrencia, cuando uno de los chavales que jugaban en la plaza, entró rápido en el Ayuntamiento chillando:

“Señor Alcalde, Celes, los de la ciudad han subido ya la pendiente. Vienen muchos y con muchas banderas”
 
Los tres se miraron con sorpresa contenida y salieron hacia la puerta. En ese momento entraron tres camiones Zis de esos rusos, que se oían a kilómetros. De él saltaron milicianos así como los dos responsables del partido, que tuvieron la disputa con Don Ginés. Uno de ellos se había puesto unos lentes que le hacían parecerse a las fotos que habían visto en el almanaque, un ruso con nombre raro, lentes pequeñas, perilla y bigote y expresión de enfado.

Se acercó a ellos y les espetó con fuerza para que se oyera en toda la plaza:

“Buenos días camaradas. Gracias por guardarnos el paquete. Ahora, en nombre de la autoridad competente, me haré cargo de este enemigo del pueblo. Lo llevaremos para que sea la justicia popular la que decida su destino y le haga pagar por sus delitos”

Con un guiño se dirigió a Manuel y le confesó: “aunque claro, el que más se va a ver beneficiado es el pueblo, que podrá disfrutar ahora y sacar provecho de las tierras de este parásito social”.

Manuel no sabía que decir. Los mítines que solía dar eran de cercanía: arreglaremos el arcén en la pendiente de la marga, ya sabemos que es donde se rompen los ejes de los carros …o tendremos que cambiar las escobillas para el generador eléctrico. Lo de estos chicos exaltados era política de altos vuelos. Para estos una plaga eran dos derechistas reunidos, para él era una nube de langostas si el calor adelantaba.

“Procedamos a llevarnos al camarada reaccionario” dijo el comisario político recalcando la palabra “camarada”.

Marcharon hacia el interior del Ayuntamiento, a la celda habilitada para sacar a Don Ginés, quedando fuera Manuel con los milicianos y el secretario judicial, al que se dirigió:

“¿Tiene usted la documentación para firmar la entrega?” preguntó Manuel. “Aquí esta y puede usted firmarla que así llevamos eso adelantado” le dijo el secretario.

Con mágica rapidez Manuel sacó la estilográfica que su sabia mujer había puesto en el bolsillo de su chaqueta. Posaron los papeles sobre la mesa y firmó la entrega con celeridad. Momento en que unos gritos se escucharon desde el fondo del Ayuntamiento. Del pasillo que llegaba al fondo, donde estaba la celda que guardaba a Don Ginés, venía la comitiva con el comisario de los lentes muy enfadado, prorrumpiendo juramentos e imprecaciones y agitando en una mano el naranjero que llevaba.

“¡¡¡Esto es sedición. Sedición o peor… TRAICIÓN!!! Con todas las palabras. Esto no va a quedar así. Alguien se tiene que hacer responsable….”

Rojo de furia se dirigió amenazante a Manuel con el índice en ristre, que le hizo retroceder:

 “usted… usted es el responsable de esto. Seguro. No son más que lacayos del amo. Nada más que gusanos que se arrastran agradecidos de las migajas que les deja el señor de la tierra”.

Manuel se volvió con tranquilidad a Juan y Celestino: “¿Me queréis explicar que ha pasado?”

Juan, con torpeza le respondió: “Señor Alcalde, Don Ginés ha escapado por la ventana de la celda…”

Manuel puso los ojos en blanco: “Pero…. ¿cómo que se ha escapado por la ventana?”

Juan respondió: “Sí ¿no se acuerda que había uno de los barrotes de madera que había perdido la junta con el muro y se había quedado un poco suelto? Pues se ve que Don Ginés solo, o con ayuda de alguien (que también puede ser) ha quitado el barrote y dos más. Eso le ha dejado hueco para sacar el cuerpo por la ventana. Eso sí, no se ha llevado ninguna de las mantas que le dejamos para que durmiera…”

Manuel le interrumpió chillando: “¡¡¡NO PUEDO CREERLO. NO DOY CREDITO!!! Nos hemos comprometido con estos camaradas a que les entregaríamos al Señor Montero, y hemos faltado a nuestra palabra Juan. ¡Y ya sabes que la palabra de este Alcalde es sagrada. La hemos dado y debemos cumplirla”

Celestino salió en defensa de Juan: “Mire señor Alcalde que un fallo lo tiene cualquiera….”

Manuel se volvió furioso: “¡¡¡UN FALLO LO TIENE CUALQUIERA!!! Nos jugamos mucho en esta guerra. MUCHO. No podemos dejar que nuestros camaradas que han hecho el esfuerzo de venir, se vayan con las manos vacías. Pondremos todo nuestro esfuerzo para capturar a este desalmado”

En ese momento Manuel cogió un cenicero que lanzó contra una puerta haciendo saltar los cristales, lo que sorprendió al grupo.

Se volvió al comisario y con firmeza le dijo:

“No sufra usted camarada. Nos pondremos a ello e intentaremos satisfacer su demanda. Esperamos que en unos dos o tres días podamos notificarle que hemos conseguido el objetivo. Ha sido una terrible negligencia por parte de esta corporación municipal que no volverá a suceder. Nuestro compromiso con el gobierno de la República y la transformación social que esta lleva a cabo, es rotundo y sincero. Esta es una lucha y un compromiso de todos y cada uno de los que estamos aquí. En cuanto usted se marche, iremos a la propiedad de este malnacido y le apresaremos… si todavía esta allí”

El comisario le miró con gesto de satisfacción y se dirigió al secretario del juzgado: “Espero que así sea. Huele a derrotismo y hay muchas sospechas sobre la laxitud de los Ayuntamientos de la zona con los reaccionarios. Pues nada. Con las mismas recogemos y nos vamos. Ya vendremos cuando tengan a la pieza”.

Salieron todos por la puerta del Ayuntamiento donde se encontraban algunas mujeres del pueblo. Subieron a sus vehículos salvo el secretario del juzgado que se volvió a Manuel, en voz baja y con un gesto de complicidad:

“Querido Alcalde, he notado muchos camarada en cada frase. Sobre actuado, pero bien. Y estos de la ciudad se van tan contentos. Un recuerdo a Don Ginés”

Manuel se volvió al Secretario: “No sé que insinúa”

El Secretario le miró de hito en hito: “yo tampoco” – respondió.

Se dio la vuelta y subió a uno de los camiones.

Marcharon  a velocidad dejando tras de sí una nube de polvo.

Manuel quedó mirando el cortejo que subía por la plaza hasta que pasaron muchos minutos.

Juan y Celestino salieron por la puerta del Ayuntamiento quedando a la altura de Manuel. Los tres con una mirada perdida al frente quedaron frente al horizonte, con ojos inexpresivos pero cargados de significado y Juan añadió:
 “Señor Alcalde, no sabe lo que ha costado empujar a Don Ginés por la ventana. Se le ha quedado el chaleco enganchado, pero menos mal que estaban sus hijos al otro lado para tirar de él”
Manuel se volvió y miró a Juan. Este le devolvió la mirada, y continuó:

“Por cierto, me ha dicho que necesita diez brazos para la siega. Vamos a 60/40 como siempre. Luego habrá que recoger el esparto. Como él se va a emboscar en la sierra se quedará su hijo Claudio. Que nos entendamos con él que no hay problema”

“Gracias Juan. Falta nos hace en el pueblo trabajo para unos cuantos.” – dijo Manuel cambiando de tema – “que no se te olvide Celes, guardar la copia de la entrega en el registro”

Celestino respondió “Pero ¿por qué voy a meterla en registro si no lo hemos entregado?”

“Por eso Celes, por eso” – dijo Manuel.




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