Confesión en tres actos - Nº 2

“Padre” continuó la penitente “confieso que últimamente he tenido muchas discusiones con mi marido. Más de las que debiera. Nos pueden los niños, los gastos a fin de mes, la hipoteca que se nos lleva por delante. Al final cargo sobre él mis frustraciones…”

A Norberto le sonaba aquella voz. En ese momento recordó a Maite. El acento no engañaba. Una Castellana desplazada al sur que se había enamorado de un joven y prometedor estudiante de abogacía. Se casó con él, aunque ella se dio cuenta demasiado tarde que también lo hacía con todos sus hermanos, sus primos y (sobre todo) con su madre. Venía regularmente a confesarse, aunque más que confesarse buscaba un hombro sobre el que llorar que no le planteara dilemas morales. Era una mujer de las estepas castellanas, de palabras las justas, pan candeal, ninguna filosofía y al grano.

Maite seguía con su confesión:

“Mire que he renunciado a cosas por mi marido, pero la verdad es que le quiero y creo que él lo sigue haciendo”

“Si, hija mía” contestó Norberto “entiendo lo que dices, pero debes hacer ese amor efectivo”

Maite preguntó asombrada “Padre ¿a qué se refiere con “efectivo”?

Norberto redujo el timbre de la voz con el fin de sonar más grave:

“Maite, hoy cuando vuelva tu marido de casa, así entre por la puerta, empótralo contra la pared. Hazle sentir importante, todo un hombre y dale un final muy feliz”

Maite apenas podía contener su asombro. Hizo un gesto para mirar a través de la celosía y ver quién estaba dentro del confesionario, pero la oscuridad apenas le dejaba atisbar nada.

Norberto continuó:

“Es importante hacer felices a los que tenemos más cerca, porque las personas necesitamos que aquellos que queremos se sientan importantes. Nuestra felicidad es el resultado de nuestro entorno. Esto es todavía más importante en nosotros los hombres” …Norberto cruzó los ojos al decir esto, sin poder dar crédito a sus propias palabras. “Los hombres” continuó “tenemos en la actualidad muchas exigencias y responsabilidades que atender, ya que hemos sido criados hacia el éxito. Nos deben ayudar a hallar  las felicidad en lo cercano. Hacernos sentir importantes en casa. Buscar al dios de las pequeñas cosas”


Maite apenas acertó a balbucear interrumpiendo a Norberto: “Disculpe Padre, sigo sin entender lo del principio”

“¿Qué es lo del principio?” preguntó Norberto.

“Lo de un final muy feliz” contestó Maite.

Norberto abrumado por la ansiedad, respondió:

“Que sean tres padres nuestros y dos avemarías”

La penitente se levantó santiguándose, muda del asombro y se encaminó hacia un reclinatorio cerca del altar.

Norberto corrió de vuelta a la entrada de su madriguera debajo del retablo, donde su madre le esperaba. Consiguió ocultar lo que había ocurrido a duras penas pues, como todas las madres, era capaz de leer los mínimos gestos e incluso interpretarlos.

Pasaron los días y casi había olvidado el suceso. Aún le quedaba una sensación de mal gusto pensando que había jugado con las esperanzas y frustraciones de Maite.

A las 07:15 de un jueves se acercó al confesionario y se ubicó en el interior del asiento. Allí se acomodó recordando lo ocurrido cuando escuchó la misma voz que aquel día: “ Ave María purísima”. Norberto no respondió. Acongojado por el miedo se mantuvo en silencio.

“Ave María purísima” Norberto no lo pudo resistir y respondió “Sin pecado concebida”.

Maite se vino arriba y se lanzó:

“Padre… me va a costar reconocerlo, pero su consejo ha sido mano de santo… nunca mejor dicho –rió al decirlo- llegó mi marido y eso… que puse toda la carne en el asador. Le mandé los niños a mi madre y recibí a mi marido sin que lo esperara. Y sinceramente, está mas cambiado. Esta claro que la rutina nos mata…”

Viendo que no recibía contestación, Maite intentó ver a través de la celosía. “¿Padre?” continuó.

Norberto decidió seguir con el juego:

“Si, perdona hija mía. Estaba pensando en lo que me decías”

“Si Padre” contestó Maite “he venido más que nada a darle las gracias. Sus consejos fueron sin duda muy útiles y de gran ayuda. Poco ortodoxos para la que solemos esperar del clero…”

Norberto le interrumpió “No debes esperar nada del clero, sino de aquellos que lo representan” …se acordaba de estas palabras dichas por el Cardenal hacía unos meses en la ofrenda floral a la Virgen “nosotros estamos aquí para dar respuestas a las necesidades y dudas del hombre, con las palabras de nuestro señor de referencia. Pero cada caso es único” …Norberto cruzó los ojos quedándose bizco. No podía creer lo que estaba diciendo.

En ese instante Maite se incorporó y con rapidez le dijo:

“Mire Padre, de verdad que ha sido de gran ayuda y por eso he traído también a una amiga que se encuentra también muy apesadumbrada… se llama Candela… en fin…”

Se volvió y llamó conteniendo la voz:

“Candela, ven aquí. Está el padre de que te hablé. Que se llama… ¿cómo se llama usted padre?”

Norberto se quedó espantado. Esto se le estaba yendo de las manos, pero no veía otra solución que continuar. Buscó en su memoria y se acordó de un nombre que siempre le había sonado curioso:

“Emanuel, padre Emanuel”

Oyó una voz al otro lado aguda, dulce y algo temblorosa. Se notaba de una emoción contenida y sin rastros del acento local que cortaba las vocales con motosierra.

“Hola Padre… gracias por dedicarme unos minutos”

“Para eso estamos” contesto solícito Norberto.

“Mire Padre, no sé como contárselo… hace muchos años que marché de mi casa. No fui lo que se llama una hija modelo. Desde hace casi diez años no veo a mis padres ya que tuve una bronca muy fuerte con ellos y me fui a vivir con mi novio. Luego vino otro, y otro, y otro… no sé…”

Norberto le interrumpió:

“Hija ¿has tenido alguna vez un perro?”

“Pues sí …y muchos” respondió con mas seguridad “nací y crecí en el campo hasta que marchamos con mis padres a la ciudad”

“Seguro que tuviste muchas discusiones con tu perro y ¿en algún momento te recriminó o señaló alguna discusión anterior,?”

Candela se quedó pensativa y respondió:

“Eso es imposible, los perros no tienen memoria”

Norberto vio su oportunidad:

“Los padres tampoco hija mía” …el “hija mía” casi se le atraganta a Norberto pues salió disparado de la caja de los recuerdos, incluso con el tono y timbre característico del clero.

Norberto continuó:

“Decía San Agustín que el perdón es la remisión de los pecados, pues aquello que estaba perdido, fue encontrado nuevamente impidiendo que vuelva a perderse. Aunque hay otra cita que me parece importante y dice que mucha gente tiene miedo de pedir aquello que desean, y por ello es que no obtienen lo que quieren”

Candela le interrumpió:

“¿Y de quién es esa cita Padre? Estuve en un colegio católico y no me suena”

Norberto respondió:

“Es de Madonna… pero escucha hija mía: llama a tus padres, habla con ellos. No por ellos sino por ti. Eso quedará en tu cuenta. En la mano de ellos está responderte y, como padres, dudo que lo dejen de hacer”


Un sollozo respondió a Norberto que recuperó su condición de roedor advenedizo… en un lugar magnífico que era la catedral, y en uno todavía más grande: en el alma de las personas. Se sintió mal… fatal. Con rapidez decidió salir de aquel embrollo que dejó a Candela al pie del confesionario con la palabra en la boca, diciendo:

“Gracias Padre, así lo haré… ¿qué se supone que debo rezar entonces?”

Los días pasaron y la navidad llenó de luces y vida la Catedral. Conciertos de órgano que escuchaba desde la Capilla de la familia Maldonado, a los que se unía un coro que hacía esfuerzos por ajustarse a la afinación del órgano. Razón por la que reía la ocurrencia de su padre cuando decía:

“Me encantan los silencios musicales del coro que dejan escuchar los juegos del órgano”


Mientras tanto Norberto seguía atendiendo a las 07:15 de la mañana en el confesionario detrás del coro, hasta que una mañana sucedió.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Comentarios

Entradas populares