Confesión en tres actos - Nº3

Se encontraba Norberto confesando a Don Argimiro, un vecino de la Catedral, director financiero de una gran empresa. Muy creyente, ayudaba a las Catequesis, los grupos de Cristiandad, un hombro con el que contar en la romería, siempre disponible. Don Argimiro se confesaba:

“Mire Padre, me dolió mucho, pero tuve que hacerlo. ¿Qué podía hacer sino con aquel chaval? Sobraba en la plantilla. Por mucho que usted diga… sí tenia talento y no era mal chico, pero por ejemplo vivía con su novia… vamos que cohabitaba... entenderá usted que tuve que ser implacable”

Norberto le interrumpió:

“Implacable… una palabra dura para pronunciar en un lugar santo. NO parece que le pesara mucho Don Argimiro. Disculpe mi sinceridad, pero viene aquí a compartir y abrir su alma. Creo que debe dejar de considerar los domingos, cuando viene aquí, una lavandería semanal para su conciencia. Esto no es borrón y cuenta nueva cada vez que se confiesa. Debe de hacer propósito de enmienda, empezar a hacer que su conciencia…”

Don Argimiro no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¡Él, que tantas horas había dedicado a la comunidad! ¡Él, que había sido conciencia y salvaguarda de la moral allá donde había ido! ¡Él que había puesto en el mundo otros 12 pequeños seguidores de la fe!. Se vino arriba Don Argimiro y acercó su cara a la celosía del confesionario:

“Mire Padre Emanuel, no nos conocemos ni sabía de su existencia en esta Santa Catedral pero creo que me está juzgando y puede que no le falte razón…”

Intentó ver a través de la celosía muy nervioso “no consigo verle Padre” exclamó nervioso. Se levantó y se acercó repentinamente al frontal del confesionario momento en el que lanzó un grito que voló por toda la nave de la Iglesia. Asustado Norberto consiguió escabullirse por la capilla del trascoro de vuelta a su casa bajo el retablo. Sabía que lo mejor en estos casos, por muy divertido que fuera el final, era no quedarse a verlo.

Los gritos de Don Argimiro alertaron a todos los que en la Catedral se hallaban, que corrieron al trascoro encontrándolo sentado sudoroso, pálido, señalando el confesionario con una mano temblorosa y repitiendo sin cesar: “he hablado con él, he hablado con él, su voz llegaba de todos sitios…”

Pasaron las semanas, que fueron agitadas y de gran tránsito hasta que, una tarde, las campanas de la Catedral comenzaron a voltear sin parar. El padre de Norberto regresó a la madriguera preocupado.

“Inaudito” decía su padre “pensé que estas cosas eran invenciones o historias de otros tiempos, y no del Siglo XXI”

Su madre nerviosa preguntó:

“¿y qué es lo que ocurre? ¿Y esas campanas?”

El padre frunció el ceño y puso una expresión solemne, como siempre que iba a anunciar algo importante:

“Ha habido un milagro. En esta iglesia. Aquí mismo. Acaba de llegar un representante de los obispos para ver que esta ocurriendo”

En un lugar donde apenas ocurrían cosas, donde la vida pasaba con cierta monotonía, aquello sin duda era una bomba. Todos se apresuraron a acercarse a su padre:

“De alguna manera inexplicable” continuó “ha habido una intervención divina. Según he oído ha habido confesiones que se han realizado desde un confesionario sin que hubiera nadie dentro”

“Pero ¿cómo lo han sabido si no había nadie en el confesionario?” preguntó la madre.

“Después del episodio de Don Argimiro, comprobaron la cámara de vídeo que hay en el trascoro. Muchas personas llegaban a confesarse y marchaban pero el confesionario estaba vacío. Sin embargo siempre respondía una voz que les confesó, e incluso dio consuelo y buenos consejos e incluso citó a San Agustín, Santa Teresa y hasta Madonna”

“¿Madonna… la virgen? Preguntó la tía Pepita… que siempre se enteraba de la misa la mitad.

El padre de Norberto se volvió y dijo:

“Pepita, Madonna la cantante”

Al escuchar esto Norberto dio un respingo, e intentando mantener la expresión imperturbable, cruzó una mirada con su madre que escuchaba que, de reojo, vigilaba esa misma inexpresividad como señal de alarma. Su padre siguió:

“Es más, la voz se identificó… ¡COMO EMANUEL!”

Uno de los ratones, desde el fondo de la madriguera preguntó:

“¿Y que tiene de especial lo de Emanuel?”

El padre se volvió enojado y dijo:

“Nunca fuiste muy listo y ahora veo que además has sido sordo toda la vida. Emanuel es uno de los nombres de Jesucristo. Imagínate ¡UN MILAGRO EN ESTA CATEDRAL!. Están incluso planeando una peregrinación. Por eso volarán las campanas todos los días durante una semana”

Norberto vio acercarse a su madre, momento en que hundió la cabeza entre los hombros queriendo desaparecer. Ella se acercó a él, le dio un beso entre oreja y oreja y suavemente le dijo asomándose a una de ellas:

“Norbertito, no tienes buena cara. Tienes que dormir más y madrugar menos”


Norberto vio a su madre desaparecer en otra estancia mientras esta le miraba por encima del hombro entornando los ojos, con una atisbo de complicidad.

FIN

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